domingo, 29 de enero de 2012

La velocidad de los libros

Estimados contertulios:

publico en este nuestro blog un texto de mi adorado Rodrigo Fresán extraído de su novela Jardines de Kensington, que describe mejor de lo que yo podría eso que solemos llamar "el placer de la lectura".

"Nunca sucedió gran cosa en Kirriemuir, pero desde la muerte de David lo único que ocurre en la casa de Brechin Road es su muerte. Una y otra vez. Instalada en la cabecera de la mesa familiar, en misa, en todas partes. Barrie elude esa inocurrencia de muerte viva. Barrie se escapa metiéndose adentro de libros. Barrie abre libros como si fueran ventanas, abre libros para dejar paso a la luz de una historia en una vida tan sombría. Barrie sale de allí leyendo y los libros entran en él. Barrie y Robinson Crusoe y Treasure Island y The Arabian Nights en una lujosa edición infantile y sin ilustraciones lujuriosas. Barrie lee historias de viajeros solitarios y de viajeros perdidos. Barrie piensa en su madre como en una reina prisionera. Barrie entra en la habitación de su madre, siempre a oscuras, como si entrara en la cueva del tesoro o en una tormenta en altamar. Entra en los libros y los cierra y Barrie se pregunta qué es lo que ocurre cuando un libro se cierra, cuando el cuento que cuenta es interrumpido. Barrie se pregunta cuál es la velocidad de un libro: ¿La velocidad que desarrolló el autor al escribirlo o la velocidad que alcanzan los lectores al leerlo? Es más: ¿se detiene un libro cuando se lo deja a un lado o son los libros máquinas de movimiento perpetuo que funcionan sin necesidad de los lectores? Lo libros como motores mágicos que no dejan de impulsar a sus héroes y villanos hacia nuevas orillas y palacios y es por eso que no conviene interrumpir su lectura, piensa Barrie: uno se pierde tantas cosas cuando cierra un libro. Hay noches en que Barrie juraría que oye a los libros conversar entre ellos, mezclarse, contarse sus vidas y sus obras, recordar sus tramas, sus mejores momentos. Barrie piensa que leer es hacer memoria y que escribir, también, es hacer memoria. Los recuerdos del que escribe –los escritores no hacen otra cosa que recordar algo que se les ocurrió o que les ocurrió o que no les ocurrirá nunca, pero que ahora ocurre mientras escriben- se incorporan a los recuerdos del que lee hasta ya no saber dónde empiezan unos y dónde terminan los otros. El escritor como intermediario, como espiritista espiritual, como iluminador de la manera en que los libros son los fantasmas de los escritores vivos y los escritores muertos son los fantasmas de los libros. Y tal vez eso sea la inmortalidad, el no envejecer nunca, se dice Barrie. La tinta como el elixir de la vida eterna que se bebe a través de los ojos, y Barrie piensa que si hay algo mejor que ser escritor, ese algo es ser personaje."

lunes, 31 de octubre de 2011

El libro favorito de Fran

Si bien coincidimos muchos de los asistentes en que El jinete polaco no sería nuestro libro favorito, es de destacar que la mayoría afirmó haber disfrutado con las historias de Mágina y el estilo inconfundible de A. Muñoz Molina, aunque hubo excepciones, of course...
El encuentro tertuliano tuvo lugar, como viene siendo habitual, en nuestro rinconcito de El Corte Inglés. Señalaré como mera curiosidad que las clásicas grecolatinas llegaron las primeras y entretuvieron la espera con sendas cañas en la barra mientras tomaban nota de las bajas de última hora. Paco B llegó con una Mercedes a cada lado y "pasamos al salón", donde, gracias precisamente a las bajas (que no son bienvenidas, quede esto claro) se cambió la mesa alargada de estilo banquete medieval a la que estamos acostumbrados por una redonda mucha más propiciatoria del intercambio de opiniones, hecho que fue celebrado por todos con aplausos y comentarios de alegría. Aún estaban ausentes el autor de la propuesta, Mr. Coquillat, y los dos elementos "externos" al Tirant de la velada, Clara y Elisa, reciente incorporación que esperamos se consolide, pero los presentes no pudimos evitar comenzar a charlar sobre el libro: ¡qué sorpresa lo de D. Mercurio y la momia! ¿Pedro Expósito era su hijo, verdad? ¡Esa Allison me tenía preocupada! La mesa se completó en seguida y se organizó la conversación. Mientras, unos apetitosos aperitivos iban haciendo aparición y el camarero tuvo que enseñarnos que es mejor pedir el bacalao o la hamburguesa de uno en uno que hacer grupos de comensales.
Por lo general, el estilo complejo y rico del autor, pese a las dificultades que a veces entrañaba, no sólo no impidió el placer de la lectura, sino que lo aumentó, unido al hecho de que sus historias (las leyendas de Mágina, la adolescencia en el pueblo escuchando a los Doors, los fines de semana en la casa paterna...)despertaron en los tertulianos recuerdos de otras historias semejantes vividas u oídas en el pasado. ¡Por fin un libro que recogía opiniones favorables de todos los tertulianos! Bueno, ¿de todos? No, un pequeño reducto anti-jinetepolaco resistía en silencio y esperaba pacientemente a que se terminara la sucesión de elogios para rebatirlos con críticas a la escasa verosimilitud del relato y de la inadecuación del lenguaje al contenido. ¡En la tertu tirantiana hay hueco para todos!
La elección de la próxima lectura resultó complicada en esta ocasión: se sugirió leer un clásico de los de toda la vida y de nuevo revoloteó sobre nuestras cabezas la sombra de Madame Bovary, que algún día caerá. El poder del perro, de Don Wislow, tuvo bastantes oportunidades de ser escogido, pese a ciertos problemas para retener su título por parte de Mr. Coquillat, alias "Polish rider". Se recuperó la lista de lecturas veraniegas y se especuló con la posibilidad de hacer dos tertus más este año, una en noviembre y otra en diciembre, pero, con los cafés ya bebidos hasta los posos y algunos tertulianos ya retirados, se llegó a la siguiente conclusión: próxima tertu, lunes 21 de noviembre; lectura: La casa de los encuentros, de Martin Amis. Está editado en Anagrama y tiene una extensión de 250 páginas con letrita más bien grande, así que no tienen excusa, colegas lectores, para no leerlo y, sobre todo, no asistir.

jueves, 6 de octubre de 2011


El poeta sueco Tomas Tranströmer es el ganador del premio Nobel de Literatura 2011. Según la Academia Sueca “da un acceso fresco a la realidad a través de sus translúcidas y concentradas imágenes”. Esta vez las quinielas no estaban muy alejadas del fallo final del jurado. El Nobel de Literatura no se otorgaba a un poeta desde que lo recibiera la polaca Wislawa Szymborska en 1996.

Esta vez la Academia ha tirado para casa, algo que no ocurría desde que galardonaran a Harry Martinson en 1974. Se comprenden así los gritos de júbilo de los periodistas cuando se ha anunciado el premio. Porque el sucesor de Mario Vargas Llosa nació en Estocolmo el 15 de abril de 1931, es psicólogo de profesión y este premio es la confirmación de que se trata del poeta sueco más importante. Es, además, un buen pianista.
Su primera obra, 17 poemas, apareció en 1954 y desde entonces sus libros han sido traducidos a más de 60 idiomas. En total 15 obras de poesía que en España han sido recopiladas en dos antologías, ambas publicadas por Nórdica: El cielo a medio hacer (2010) y Deshielo a mediodía (2011). Desde que un ictus le paralizara el lado derecho del cuerpo en 1990, sus publicaciones han sido más escasas aunque nunca ha dejado de escribir.


Y como muestra, un poema:


PRELUDIUM


DESPERTAR es un salto en paracaídas del sueño.
Libre del agobiante torbellino, se hunde
el viajero hacia la zona verde de la mañana.
Las cosas se encienden. Él percibe —en la vibrante
postura de la alondra— las oscilantes lámparas subterráneas
del poderoso sistema de las raíces de los árboles. Pero a flor
de tierra
—en abundancia tropical— está el verdor
con los brazos al aire, en escucha
del ritmo de una bomba invisible. Y él
se hunde hacia el verano, se descuelga por
el cráter cegador, hacia abajo
a través de grietas de edades verde-húmedas
palpitantes bajo la turbina del sol. Así es detenido
este viaje vertical por el instante y las alas se ensanchan
hasta ser la quietud del gavilán sobre aguas torrenciales.
Tonos desamparados
de las trompetas de la Edad de Bronce
cuelgan sobre el abismo.
En las primeras horas del día, la conciencia puede abarcar
el mundo
como la mano oprime una piedra entibiada por el sol.
El viajero está bajo el árbol. ¿Se extenderá,
después de la caída por el torbellino de la muerte,
una gran luz sobre su cabeza?


Podemos buscar otros para comentar en la próxima tertu, ¿os parece?

miércoles, 21 de septiembre de 2011

NUEVO CURSO 2011-2012

Como no tenemos más remedio que aceptarlo, damos la bienvenida a nuestro ??? año de tertulia literaria. Siguiendo la costumbre, convocamos una primera reunión en septiembre (el día 19, para ser exactos) en la que nos limitamos a comentar las lecturas veraniegas más destacables de los tertulianos. Hubo de todo: desde matemáticas divulgativas, a historia, pasando por recuperaciones de los clásicos y,cómo no, por novelistas actuales con mayor o menor presencia comercial. Y es que si algo bueno nos define es precisamente eso, la variedad. Esperemos que el nuevo curso nos depare las mismas alegrías tertulianas que los anteriores.
Éstas son las lecturas que se nombraron durante la estupenda comida que nos sirvieron en El Corte Inglés (quién lo iba a imaginar: estamos pensando en instituir el reservado en Departamento de Lecturas o similar).Las referencias son exactas gracias a la inestimable colaboración de Clara, obviamente la más conectada de todos nosotros:

Philip K. Dick, ¿Sueñan los androides con ovejas mecánicas?
Lucía Etxeberría, Un milagro en equilibrio
Roberto Bolaño, 2666
D. Foster Wallace, Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer
Thobias Wolff, Aquí empieza nuestra historia
A. Espinosa, Si tú me dices ven, lo dejo todo, pero dime ven
Paul Preston, El holocausto español
F. Aramburu, Viaje con Clara por Alemania
Katherine Pancol, El vals lento de las tortugas
Ana Gavalda, Juntos nada más
Martin Amis, La casa de los encuentros
Martin Amis, Los niños muertos
Marguerite Yourcenar, Relatos completos
Rosa Montero, Lágrimas en la lluvia
Laurent Gaudé, El sol de los Scorta
Pierre Grimal, Memorias de Agripina
Milena Agus, El mal de piedras
Rita Levi Montalcino, Elogio de la imperfección
A. Muñoz Molina, La noche de los tiempos
A. Muñoz Molina, El jinete polaco
Sophie Oksanen, Purga
Ernesto Sabato, Sobre héroes y tumbas
Julio Cortázar, Rayuela
Libros de Matemática divulgativa de El País (colección)


De todos ellos, elegimos como libro para la siguiente tertulia EL JINETE POLACO, de A. Muñoz Molina, autor del que algunos de nosotros somos fans, otros superfans y título del que alguien guarda el recuerdo de haberlo visto siempre por casa... Fijamos como fecha para la próxima tertulia el JUEVES, 27 DE OCTUBRE en el mismo lugar y a la misma hora.

lunes, 16 de mayo de 2011

La cena (o la comida post-COCOPE)




En esta ocasión, repetimos local e incluso mesa: nuestro rinconcito en el restaurante del Corte Inglés, al que probablemente no nos dejen volver después de los escándalos continuos que con escaso éxito algunos asistentes trataban de detener. Como es habitual, mayoría femenina: tertulianas del Tirant, pero también alguna de Guardamar, alguna otra del Severo Ochoa (¿o era del Sixto Marco? ¿O del Misteri?) e incluso alguna ex docente con mucho tiempo para leer. Apenas un par de cromosomas XY, colocados a la diestra y a la siniestra de Mamen, que, a petición popular, presidió la mesa debido a sus profundos conocimientos de protocolo.
A diferencia de la tertulia anterior, los asistentes no contaban con la posibilidad de “ver la película” y ahorrarse así leer el libro escogido, opción por la que más de uno confesó haberse decantado para saber qué ocurría durante las tardes de Marguerite. La cena, recomendación de Rosa F., resultó ser de las pocas obras que no ha despertado polémicas en la sobremesa tertuliana. Más de uno afirmó haberlo leído de un tirón, o casi. El personaje protagonista causó estupor y temblores unánimes, aunque sería difícil saber si más o menos que su mujer, dispuesta a cometer y permitir delitos atroces con tal de salvar a su hijito del garrote vil. Resultaron entretenidas las divagaciones sobre la enfermedad que aquejaba a Paul y muchos coincidimos en haber sido engañados por éste, hasta el punto de que llegamos a sentir simpatía por él al comienzo de la lectura. Aún no conocíamos la historieta de la tienda de bicis… Clara G. deleitó a los presentes con una imitación del maître y su meñique, los más jóvenes fueron instruidos con respecto a la figura de la Pastora y no faltaron los tradicionales comentarios contra cierto conocido de Mamen que la lleva por el camino de la amargura.
La próxima tertulia será la última del curso 2010-2011 y se celebrará de forma especial, pues tendrá lugar en Villa Clara el lunes 13 de junio y el menú correrá a cargo de los mismos tertulianos, que harán gala de sus dotes culinarias al tiempo que Clara lo hará de sus dotes de anfitriona. Será imprescindible confirmar con suficiente antelación la asistencia y el manjar que se aportará al evento, así como haber leído El hombre duplicado, de J. Saramago, propuesta de M. Luz que ya llevaba tiempo esperando su oportunidad. ¡Ésta es la tuya, hombre duplicado!

jueves, 31 de marzo de 2011

Lo pongo como entrada porque no he podido hacerlo como comentario, en fin, cosas de la informática...

El Mar del Norte

(...)Probablemente tenga que ver con lo que pasó, me dije. Lo que pasó. Esa expresión estuvo enquistada en mi familia durante mucho tiempo. No te preocupes, lo que pasó ya está olvidado, decía mi padre con poca convicción. Lo que pasó fue una tontería, insistía mi madre con una expresión que no conseguía disimular su desencanto. Pero esos días descubrí que ni estaba olvidado ni fue una tontería. Estaba más presente que nunca y su fuerza era tan grande que cambiaría nuestras vidas para siempre.

Mi padre era un hombre gris y pusilánime (cuánto le molestaba que mi madre se dirigiera a él de esta manera, sobre todo desde que, ya por fin, descubrió el significado de esa palabra) cuya principal afición era construir maquetas. Teníamos en casa un garaje reconvertido en taller donde ocupaba la mayor parte del tiempo que no pasaba tras la ventanilla de la triste sucursal bancaria en la que trabajaba. Trenes, barcos y aviones a escala eran su obsesión y lo único que compartía conmigo con un mínimo de pasión. No compartía nada con nadie más.

El territorio de mi madre era la buhardilla, y en ella se dedicaba, principalmente, a pintar. Durante toda su vida siempre había estado buscando algo que ni ella misma sabía de qué se trataba. Ella lo llamaba, no sin cierta dosis de afectación, su lugar en el mundo. Su inquietud y su constante desorientación le hacían adoptar con frecuencia actitudes teñidas de un esnobismo patológico. Hace un tiempo, y guiada por su enfermiza avidez, entró a formar parte de una corte de acólitos que frecuentaban de manera entusiasta al selecto grupo de artistas locales, celebrando y aplaudiendo cualquier ocurrencia que estos tuvieran. Entre los artistas se encontraba Julio Robles, pintor de cierto renombre, con fama de mujeriego y egocéntrico, que fue la principal influencia para que mi madre se decantara finalmente, de manera mediocre y obsesiva, por la pintura.

El día fatídico llegó, y pasó. Mi madre desapareció durante una temporada. Para mí fue una eternidad, pero ya se sabe lo relativo que es el tiempo cuando uno tiene siete años. Luego descubrí que habían sido solo tres semanas, en las cuales mi padre se convirtió, de manera definitiva, en el hombre sin rumbo que hoy en día es. A su vuelta, mi madre se refugió en la buhardilla donde pasaba las horas rodeada de sus cuadros. Durante los años siguientes mantuvo un precario contacto con la realidad y parecía que únicamente estaba verdaderamente tranquila cuando peinaba la larga melena rubia de mi hermana.

De repente, un día, comenzaron a aparecer esos síntomas de desasosiego tan preocupantes. Esas interminables noches, esos cuadros que por primera vez abandonaron su lugar natural y empezaron a inundar la casa, y, por fin, la llegada de otro día fatídico. Era miércoles y amaneció sin que mi madre hubiera pegado ojo en toda la noche, entró en el cuarto de baño y al cabo de unos minutos lo abandonó maquillada de manera patética, salió de casa y ya no la volvimos a ver con vida. A mi padre pareció no afectarle demasiado, hacía tiempo que ya no estaba en este mundo. A mí me costó superarlo pero parece que lo he conseguido, aunque no puedo evitar tener, de manera periódica, crisis emocionales que me dejan fuera de todo por un tiempo. Pero mi hermana, que tenía siete años en aquel momento, ha crecido sin entender nada y sin armas para poder defenderse contra algo tan tremendo como el suicidio de una madre.

Cuando llegó la policía y registró la casa, encontró en su buhardilla, ya vacía de cuadros, las paredes pintadas con paisajes costeros y un recorte de periódico en el que aparecía una fotografía del pintor Julio Robles, con su pose arrogante y su larga melena rubia. Junto a la imagen del artista se encontraba la noticia de una exposición de su obra que suponía su vuelta a la ciudad después de una ausencia de ocho años en los que había estado viviendo en la Costa Brava, desde donde había conseguido alcanzar un reconocimiento a nivel internacional, por lo que la corporación local le iba a brindar el próximo miércoles un merecido homenaje.

Fran Coquillat

miércoles, 9 de febrero de 2011

Final del relato

Hola compis de tertulia, cómo ya se acerca el próximo encuentro os añado en esta entrada mi final para el relato, espero impaciente los vuestros. Me alegro que os haya gustado el inicio, espero que no os decepcione el final, hasta pronto. Abel.


Insomnio familiar

Fue el mismo año en que cumplí los quince. Creí que mi madre se había vuelto loca. Llevaba semanas protestando por su insomnio. También mi padre le echaba en cara lo inquietas que eran sus noches, cómo daba vueltas de un lado a otro, le pegaba patadas, resoplaba, encendía la luz, salía al baño y gruñía. No le hacía yo a nada de esto demasiado caso, tenía asuntos más trascendentales en mente: el examen de Matemáticas o el escote de Edurne. Fue después cuando di importancia y grabé a fuego en mi memoria esas protestas nocturnas como los albores de un final insospechado.

Las paredes de casa se llenaron de cuadros de paisajes marinos, de acuarelas derretidas en blanquecinos reflejos de barquitas y anocheceres de lunas llenas mal trazadas. En concreto los cuadritos se amontonaban en los ladrillos que cerraban el salón principal, de allí no escapaban. Permanecía incrédulo e impasible a cómo los cuadros empapelaban las paredes en un mosaico laberíntico donde el mar se volvía protagonista y antagonista. Aquello debería haberme sugerido que algo invisible y enfermizo se había colado en nuestras vidas, pero solo lo observaba con asombro. Mi padre consentía el imposible y yo no dejaba de preguntarme cuándo pintaba mi madre aquellas nimiedades que por su volumen, persistencia e individualidad se volvían genialidades.(...)

Soplé quince velas y tuvieron mis progenitores que cumplir la promesa de dejarme salir con los amigos hasta las dos de la mañana los sábados. Siempre que regresaba mi madre me esperaba manchando lienzos. Pero ella no me esperaba. Descubrí que su falta de sueño la llevaba a pasar las horas inmortalizando inexistentes paisajes hasta la madrugada. Llegaba borracho y me costaba un par de horas conciliar el sueño, me levantaba cada veinte minutos a mear cerveza o calimocho, la luz de su estudio estaba siempre encendida.

La tomé por loca cuando los cuadros escaparon del salón y fueron invadiendo el pasillo. No eran ya barquitos de pesca, ni veleros, ni reflejos de cabañas a la orilla del mar, sino oscuros y tétricos bosques, pantanos y ciénagas paulatinamente más expresionistas, obsesivos y abstractos. Alguna noche me asomaba al estudio y la veía pegar brochazos como quien apalea un perro, con rabia y con gozo. Iba con la idea de decirle: Mamá, ven a dormir, descansa; y me mordía la lengua al verla abstraída, furiosa y obsesionada.

Las veces que pregunté a papá sobre qué le pasaba me huyó siempre que pudo, hasta que dejó de poder y me dijo que sí tenía problemas para dormir y había ido al médico. Aseguraba que no era grave, pero su mirada me decía todo lo contrario. Cambió la personalidad de mamá, la falta de sueño le hacía decir barbaridades. Se despistaba y parecía dormida, pero ella en realidad nunca dormía. Lo supe después. Por fin durmió un mes antes de mi diecisiete cumpleaños, sonrió antes de cerrar los ojos. Ese año no soplé ninguna vela.

Toda esta serie de sucesos los he mantenido ocultos hasta el año pasado. Como he explicado me preocupaban más las tetas de Edurne o el culo de Izaskun, que mi propia madre. En mi caso la muerte fue más llevadera por mi adolescencia y falta de empatía. Si acaso ver a la mujer en aquel estado me incomodaba más por egoísmo que por amor. Temía que me llamaran el hijo de la loca, que me dejara en evidencia y le diera por decir cualquier sinsentido frente a una chica o un amigo.

Tengo treinta y cinco años, he cambiado y vuelvo a pensar en ella. No la recuerdo como una loca. Especialmente la recuerdo en mi infancia. Hace un año que no paro de pensar en ella. Hace doce meses que empecé a mirar todas sus fotos. Hace trescientos sesentaicinco días que me miro en el espejo y busco parecidos con ella, los ojos, el mentón, las aletas de la nariz, y me destroza el alma. He pasado casi toda mi vida estudiando para tener un buen futuro. Tengo una doble licenciatura y sé tres idiomas. Hace dos años conseguí un buen trabajo.

Hace una semana estuve en casa de mis padres. Estuve mirando todos los cuadros del salón uno a uno. Me busqué de alguna manera en los brochazos y traté de entenderla a ella, de entenderme a mí. Llevo tiempo rememorando las voces de mis tías: Eres igualito a tu madre, tienes los mismos ojos. Estoy orgulloso de parecerme a mi madre y lo odio y lo temo. Hace un año que no duermo. Siempre me lo ocultaron, ahora sé que mi madre murió de insomnio, y que se hereda.

Ella pintaba cuadros. Yo al principio bebía, veía películas, leía, lloraba, hacía deporte. Vivo solo y es mejor. Ahora escribo. Escribiré hasta que muera. He colgado esta página en la pared frente a la puerta de entrada. Seguiré colgando las siguientes páginas de mi vida hasta llegar al salón, o hasta donde me quede. No creo que escriba tanto como ella pintó, pero tal vez las palabras me expliquen por qué ella dibujaba mares y bosques en tinieblas.